de G. Verdi
AIDA
de Giuseppe Verdi
Del 28/04/2021 al 16/05/2021
Ópera en cuatro actos (sobretitulada en catalán)
Texto de Antonio Ghislanzoni, extraído del argumento esbozado por Auguste Mariette-Bey
Estrenada en el Teatro de la Ópera de El Cairo el 24 de diciembre de 1871
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ENTRADAS
ABRIL
MAYO
Reus, Teatre Fortuny
Martes 11, a las 18:30 h
Sant Cugat del Vallès, Teatre-Auditori
Viernes 14, a las 19:00 h
Granollers, Teatre Auditori
Domingo 16, a las 18:00 h
FICHA ARTÍSTICA
Aida | Maite Alberola | Ramfis | Jeroboám Tejera |
Radamés | Alejandro Roy | Rey de Egipto | Alejandro Baliñas |
Amneris | Laura Vila | Sacerdotisa | Eugènia Montenegro |
Amonasro | Carles Daza | Mensajero | Nacho Guzmán |
Dirección musical | Daniel Gil de Tejada | Escenografía | Jordi Galobart |
Director de escena y vestuario | Carles Ortiz | Iluminación | Nani Valls |
Asistente de la dirección de escena | Esteve Gorina | Vestuario | AAOS |
Cor Amics de l’Òpera de Sabadell
Orquestra Simfònica del Vallès
Sala del Palacio Real, en Menfis
Ramfis, jefe de los sacerdotes egipcios, explica al guerrero Radamés que los etíopes han invadido la tierra de Egipto (Sè: corre voce che l’Etiope). Añade que la diosa Isis ya ha designado quién tiene que ser el jefe del ejército que será enviado contra los invasores. Una vez solo, Radamés expresa su deseo de ser él el elegido, para poder volver triunfante y así obtener la mano de Aida, la esclava etíope de quien está enamorado (Se quel guerrier io fossi!… Celeste Aida). Sus sueños son interrumpidos por la llegada de Amneris, la hija del rey de Egipto, que interroga a Radamés sobre su estado de alegría (Quale insolita gioia). La princesa está enamorada de Radamés, pero teme que este ame a otra mujer. La llegada de Aida y el intercambio de miradas entre esta y Radamés hace sospechar a la princesa quién es el objeto del amor del joven guerrero (Ei si turba…). Amneris disimula ante sus celos haciendo grandes demostraciones de amistad a Aida, la cual se entristece ante la perspectiva de una nueva guerra entre los egipcios y su pueblo.
El rey de Egipto llega con todos los dignatarios de la corte (Alta cagion v’aduna). Entra un mensajero que lleva noticias de la invasión (Il sacro suolo dell’Egitto è invaso). Todo el mundo se deja llevar por el ardor bélico y pide el exterminio de los etíopes. El rey anuncia que Isis ha señalado a Radamés como jefe del ejército. Este, en medio de una inmensa alegría, es exhortado a la victoria y recibe el estandarte real (Su! del Nilo al sacro lido). Todos, incluso Aida, le desean que vuelva vencedor. Todos se van y Aida se queda sola. Ella manifiesta la contradicción que existe entre sus deseos de gloria para Radamés y la preocupación por el destino de su propio pueblo y acaba implorando la piedad divina (Ritorna vincitor!…).
Templo de Ptah, en Menfis
Los sacerdotes y las sacerdotisas invocan la protección del dios Ptah (Possente, possente Fthà) y ellas ejecutan una danza ritual. Ramfis procede a la consagración de Radamés como jefe del ejército (Mortal, diletto ai Numi) y le entrega las armas sagradas. La escena acaba con una invocación al dios por parte de todos los presentes (Immenso Fthà!).
Aposentos de Amneris, en Tebas
Los etíopes han sido derrotados. Amneris se está preparando para el recibimiento del victorioso Radamés, rodeada por sus esclavas (Chi mai fra gl’inni e i plausi). Tiene lugar una pequeña danza ejecutada por niños esclavos.
Llega Aida. Amneris y ella se quedan solas, y la princesa, dispuesta a saber toda la verdad de los amores de Aida, le dice a esta que Radamés ha muerto (Fu la sorte dell’armi). La esclava no tiene más remedio que revelar sus sentimientos. Una vez descubierta, la altiva Amneris le revela que no es verdad, que está vivo y que ella, la hija del faraón, es la rival de la pobre esclava. Aida, que, aunque nadie lo sabe, en realidad es hija de Amonasro, el derrotado rey de Etiopía, empieza a reaccionar con orgullo, pero se frena a tiempo y se dirige a Amneris con sumisión. Esta, para mortificarla, la obliga a asistir a la llegada de Radamés, que tendrá lugar a continuación.
Ante las puertas de Tebas
El pueblo aclama a las tropas vencedoras (Gloria all’Egitto), que desfilan ante el rey mientras suena una marcha triunfal. Finalmente, llega Radamés (Vieni, o guerriero vindice). El rey lo saluda y Amneris lo corona como vencedor (Salvator della patria, io ti saluto). El monarca le dice a Radamés que le pida lo que quiera, que no le será negado. El joven capitán pide que traigan a los prisioneros etíopes (Concedi in pria que innanzi a te). Entre ellos se encuentra Amonasro, vestido como un simple oficial. Aida reconoce a su padre y corre a abrazarlo (Che veggo!… Egli?… Mio padre!). Amonasro le pide que no lo descubra como rey y, dirigiéndose al faraón, explica que el rey etíope ha muerto en la batalla y pide clemencia (Quest’assisa ch’io vesto). Radamés se une a la petición (O Re, pei sacri Numi), contra la feroz oposición de Ramfis y los sacerdotes. El rey, obligado por su promesa, libera a todos los prisioneros, excepto a Amonasro. Además, concede a Radamés la mano de Amneris. La escena acaba con un gran concertante en el que a las alabanzas del pueblo y el rey (Gloria all’Egitto) se unen los diferentes personajes, que expresan cada cual sus sentimientos: Aida está desesperada porque pierde a su amor (Qual speme omai più restami?); Radamés, desconcertado, pues no quiere cambiar a Aida por el trono de Egipto (D’avverso Nume il folgore); Amneris, loca de alegría (Dall’inatteso giubilo); Amonasro, con deseos de venganza (Fa cor: della tua patria); y Ramfis, deseoso de que todo vaya bien en Egipto (Preghiam che i fati arridano).
A la orilla del Nilo
Se oye al coro de sacerdotisas de Isis invocar a la diosa en su templo (O tu che sei d’Osiride). Llegan Ramfis y Amneris. Ella quiere rezar a la diosa antes de su boda. Inmediatamente entra Aida, que se ha citado en secreto con Radamés. Sus tristes pensamientos la llevan a recordar su país (Qui Radamès verrà… O patria mia). Sus divagaciones son interrumpidas por la llegada de su padre. Este le explica que se ha vuelto a encender la llama de la guerra y ahora serán los egipcios quienes invadirán Etiopía. Presionando psicológicamente a su hija (Rivedrai le foreste imbalsamate) y manipulando hábilmente sus sentimientos, desea conseguir de ella que Radamés le confiese el punto por donde tiene pensado invadir Etiopía. Aida se opone, pero finalmente cede a la voluntad de su padre. Llega Radamés y Amonasro se esconde. Aida recibe a su amado con frialdad (Pur ti riveggo) y le reprocha su boda con Amneris. Radamés piensa ingenuamente que una nueva victoria le permitirá pedir al rey la mano de Aida (Nel fiero anelito), pero esta le dice que solo les queda huir (Fuggiam gli ardori inospiti). Radamés no quiere hacerlo, pero finalmente accede. Aida le pregunta por dónde huirán y Radamés le responde que el único camino que habrá libre es el que al día siguiente utilizará el ejército para invadir Etiopía. Al nombrarlo, Amonasro sale de su escondrijo y, ante el horror de Radamés, confiesa que es el rey de los etíopes (Di Napata le gole!). Radamés se ve como un traidor y ni Aida ni su padre pueden calmarlo. Los gritos hacen salir a Amneris y Ramfis del templo. Radamés es detenido, mientras Aida y Amonasro logran huir.
Sala del Palacio Real, en Menfis
Amneris, desesperada, se lamenta por el destino de su amado (L’abborrita rivale a me sfuggia). Su intención sería salvarlo, a pesar de que él no la ama. Como último intento hace traer a Radamés a su presencia (Già i sacerdoti adunansi). La princesa ruega a Radamés que se disculpe ante los jueces y así ella podrá hacerlo todo para salvarlo (Sì, all’amor mio vivrai). El joven guerrero no quiere, ya que sin Aida no desea continuar viviendo. Amneris le dice que Aida está viva y ha huido. Solo tiene que renunciar a ella y vivirá. Radamés se niega y prefiere morir por su amor. Los guardias se lo llevan al juicio.
Amneris, una vez sola, se derrumba de desesperación (Ohimè!… morir mi sento…). Ramfis y los sacerdotes entran para juzgar a Radamés (Spirto del Nume, sovra noi discendi). A la vez que la princesa pide a los dioses que salven a Radamés, se oye el interrogatorio (Radamès! Radamès! Radamès!). Este acaba con la condena a muerte de Radamés: será enterrado vivo. Amneris, al oírlo, enloquece de dolor y, en medio de terribles imprecaciones, maldice a la casta sacerdotal (A lui vivo la tumba).
Templo de Ptah, en Menfis
Radamés acaba de ser encerrado en la tumba (La fatal pietra sobra me si chiuse). De repente, descubre que no está solo. Aida aparece entre las sombras. Ella le explica que, muerto su padre y suponiendo el final que esperaba a Radamés, ha decidido acompañarlo y morir con él (Presago il core della tua condanna). Este se desespera: no quiere que Aida muera, pero la salida es imposible. En el templo, sobre la cripta, los sacerdotes invocan al dios (Immenso, immenso Fthà), mientras Radamés y Aida se unen en un intenso dúo en el que se despiden del mundo (O terra, addio). Finalmente, Amneris, presa de la más grande desesperación, acude al templo a rogar por la salvación de su amado Radamés (Pace, t’imploro).
“Aida, los primeros pasos”
Un título como Aida, tan mitificado como mal comprendido tanto por aquellos que solo lo ven como un gran escaparate de efectos espectaculares como por aquellos otros que desearían hacer de él poco menos que una ópera de cámara de cuchicheos amorosos, siempre acaba arrastrando algún secreto y a menudo malentendidos más o menos disculpables Uno de los más frecuentes es lo de los orígenes de su nacimiento. Podríamos hablar un poco de ello.
Son aún muchos los que creen que la ópera Aida fue un encargo que recibió Giuseppe Verdi para celebrar la apertura del canal de Suez, y en realidad esto no fue así. Para conmemorar la inauguración de aquella obra monumental, el jedive de Egipto quiso que Verdi, a quien admiraba, compusiese un himno adecuado para la ocasión. El músico, no obstante, declinó el ofrecimiento alegando “el número de mis actividades actuales y mi poca disposición a escribir pièces de circonstance” en una carta dirigida a Paul Draneht, el director de los teatros del país. Sin embargo, sí estuvo presente de algún modo en las celebraciones, ya que en la inauguración del nuevo Teatro de la Ópera de El Cairo, el 1 de noviembre de 1869, estuvo representado su Rigoletto bajo la dirección de Emanuele Muzio. En el concierto inaugural de la fiesta de inauguración, el 17 de noviembre, solo se pudo escuchar el “Hymne a les celebrations d’Ismailia”, compuesto por Temistocle Solera, que organizaba las festividades de aquellos días.
Pero, en la primavera del año 1870, el libretista Camille du Locle entregaba a Verdi la sinopsis de una ópera inspirada en una idea del egiptólogo Auguste Mariette, con quien había conectado el año anterior en El Cairo, y que, aceptada por el músico, fue transformada en un libreto que Verdi hizo que Antonio Ghislanzoni tradujese al italiano y que, con las correcciones del propio compositor, acabaría siendo el de Aida.
Terminada la ópera, se estrenaría en el Teatro de la Ópera de El Cairo el 24 de diciembre de 1871 bajo la dirección de Giovanni Bottesini. Había tardado, pero aún podría entrar, por muy poco, en las celebraciones de la apertura del canal. Más vale tarde que nunca.
Marcel Cervelló
Crítico de ópera
Aida | Maite Alberola |
Radamés | Alejandro Rey |
Amneris | Laura Vila |
Amonasro | Carles Daza |
Mensajero | Nacho Guzmán |
Ramfis | Jeroboám Tejera |
Rey de Egipto | Alejandro Baliñas |
Sacerdotisa | Eugènia Montenegro |
Dirección musical | Daniel Gil de Tejada |
Director de escena y vestuario | Carles Ortiz |
Asistente de la dirección de escena | Esteve Gorina |
Escenografía | Jordi Galobart |
Iluminación | Nani Valls |
Vestuario | AAOS |
Cor Amics de l’Òpera de Sabadell
Orquestra Simfònica del Vallès
Sala del Palacio Real, en Menfis
Ramfis, jefe de los sacerdotes egipcios, explica al guerrero Radamés que los etíopes han invadido la tierra de Egipto (Sè: corre voce che l’Etiope). Añade que la diosa Isis ya ha designado quién tiene que ser el jefe del ejército que será enviado contra los invasores. Una vez solo, Radamés expresa su deseo de ser él el elegido, para poder volver triunfante y así obtener la mano de Aida, la esclava etíope de quien está enamorado (Se quel guerrier io fossi!… Celeste Aida). Sus sueños son interrumpidos por la llegada de Amneris, la hija del rey de Egipto, que interroga a Radamés sobre su estado de alegría (Quale insolita gioia). La princesa está enamorada de Radamés, pero teme que este ame a otra mujer. La llegada de Aida y el intercambio de miradas entre esta y Radamés hace sospechar a la princesa quién es el objeto del amor del joven guerrero (Ei si turba…). Amneris disimula ante sus celos haciendo grandes demostraciones de amistad a Aida, la cual se entristece ante la perspectiva de una nueva guerra entre los egipcios y su pueblo.
El rey de Egipto llega con todos los dignatarios de la corte (Alta cagion v’aduna). Entra un mensajero que lleva noticias de la invasión (Il sacro suolo dell’Egitto è invaso). Todo el mundo se deja llevar por el ardor bélico y pide el exterminio de los etíopes. El rey anuncia que Isis ha señalado a Radamés como jefe del ejército. Este, en medio de una inmensa alegría, es exhortado a la victoria y recibe el estandarte real (Su! del Nilo al sacro lido). Todos, incluso Aida, le desean que vuelva vencedor. Todos se van y Aida se queda sola. Ella manifiesta la contradicción que existe entre sus deseos de gloria para Radamés y la preocupación por el destino de su propio pueblo y acaba implorando la piedad divina (Ritorna vincitor!…).
Templo de Ptah, en Menfis
Los sacerdotes y las sacerdotisas invocan la protección del dios Ptah (Possente, possente Fthà) y ellas ejecutan una danza ritual. Ramfis procede a la consagración de Radamés como jefe del ejército (Mortal, diletto ai Numi) y le entrega las armas sagradas. La escena acaba con una invocación al dios por parte de todos los presentes (Immenso Fthà!).
Aposentos de Amneris, en Tebas
Los etíopes han sido derrotados. Amneris se está preparando para el recibimiento del victorioso Radamés, rodeada por sus esclavas (Chi mai fra gl’inni e i plausi). Tiene lugar una pequeña danza ejecutada por niños esclavos.
Llega Aida. Amneris y ella se quedan solas, y la princesa, dispuesta a saber toda la verdad de los amores de Aida, le dice a esta que Radamés ha muerto (Fu la sorte dell’armi). La esclava no tiene más remedio que revelar sus sentimientos. Una vez descubierta, la altiva Amneris le revela que no es verdad, que está vivo y que ella, la hija del faraón, es la rival de la pobre esclava. Aida, que, aunque nadie lo sabe, en realidad es hija de Amonasro, el derrotado rey de Etiopía, empieza a reaccionar con orgullo, pero se frena a tiempo y se dirige a Amneris con sumisión. Esta, para mortificarla, la obliga a asistir a la llegada de Radamés, que tendrá lugar a continuación.
Ante las puertas de Tebas
El pueblo aclama a las tropas vencedoras (Gloria all’Egitto), que desfilan ante el rey mientras suena una marcha triunfal. Finalmente, llega Radamés (Vieni, o guerriero vindice). El rey lo saluda y Amneris lo corona como vencedor (Salvator della patria, io ti saluto). El monarca le dice a Radamés que le pida lo que quiera, que no le será negado. El joven capitán pide que traigan a los prisioneros etíopes (Concedi in pria que innanzi a te). Entre ellos se encuentra Amonasro, vestido como un simple oficial. Aida reconoce a su padre y corre a abrazarlo (Che veggo!… Egli?… Mio padre!). Amonasro le pide que no lo descubra como rey y, dirigiéndose al faraón, explica que el rey etíope ha muerto en la batalla y pide clemencia (Quest’assisa ch’io vesto). Radamés se une a la petición (O Re, pei sacri Numi), contra la feroz oposición de Ramfis y los sacerdotes. El rey, obligado por su promesa, libera a todos los prisioneros, excepto a Amonasro. Además, concede a Radamés la mano de Amneris. La escena acaba con un gran concertante en el que a las alabanzas del pueblo y el rey (Gloria all’Egitto) se unen los diferentes personajes, que expresan cada cual sus sentimientos: Aida está desesperada porque pierde a su amor (Qual speme omai più restami?); Radamés, desconcertado, pues no quiere cambiar a Aida por el trono de Egipto (D’avverso Nume il folgore); Amneris, loca de alegría (Dall’inatteso giubilo); Amonasro, con deseos de venganza (Fa cor: della tua patria); y Ramfis, deseoso de que todo vaya bien en Egipto (Preghiam che i fati arridano).
A la orilla del Nilo
Se oye al coro de sacerdotisas de Isis invocar a la diosa en su templo (O tu che sei d’Osiride). Llegan Ramfis y Amneris. Ella quiere rezar a la diosa antes de su boda. Inmediatamente entra Aida, que se ha citado en secreto con Radamés. Sus tristes pensamientos la llevan a recordar su país (Qui Radamès verrà… O patria mia). Sus divagaciones son interrumpidas por la llegada de su padre. Este le explica que se ha vuelto a encender la llama de la guerra y ahora serán los egipcios quienes invadirán Etiopía. Presionando psicológicamente a su hija (Rivedrai le foreste imbalsamate) y manipulando hábilmente sus sentimientos, desea conseguir de ella que Radamés le confiese el punto por donde tiene pensado invadir Etiopía. Aida se opone, pero finalmente cede a la voluntad de su padre. Llega Radamés y Amonasro se esconde. Aida recibe a su amado con frialdad (Pur ti riveggo) y le reprocha su boda con Amneris. Radamés piensa ingenuamente que una nueva victoria le permitirá pedir al rey la mano de Aida (Nel fiero anelito), pero esta le dice que solo les queda huir (Fuggiam gli ardori inospiti). Radamés no quiere hacerlo, pero finalmente accede. Aida le pregunta por dónde huirán y Radamés le responde que el único camino que habrá libre es el que al día siguiente utilizará el ejército para invadir Etiopía. Al nombrarlo, Amonasro sale de su escondrijo y, ante el horror de Radamés, confiesa que es el rey de los etíopes (Di Napata le gole!). Radamés se ve como un traidor y ni Aida ni su padre pueden calmarlo. Los gritos hacen salir a Amneris y Ramfis del templo. Radamés es detenido, mientras Aida y Amonasro logran huir.
Sala del Palacio Real, en Menfis
Amneris, desesperada, se lamenta por el destino de su amado (L’abborrita rivale a me sfuggia). Su intención sería salvarlo, a pesar de que él no la ama. Como último intento hace traer a Radamés a su presencia (Già i sacerdoti adunansi). La princesa ruega a Radamés que se disculpe ante los jueces y así ella podrá hacerlo todo para salvarlo (Sì, all’amor mio vivrai). El joven guerrero no quiere, ya que sin Aida no desea continuar viviendo. Amneris le dice que Aida está viva y ha huido. Solo tiene que renunciar a ella y vivirá. Radamés se niega y prefiere morir por su amor. Los guardias se lo llevan al juicio.
Amneris, una vez sola, se derrumba de desesperación (Ohimè!… morir mi sento…). Ramfis y los sacerdotes entran para juzgar a Radamés (Spirto del Nume, sovra noi discendi). A la vez que la princesa pide a los dioses que salven a Radamés, se oye el interrogatorio (Radamès! Radamès! Radamès!). Este acaba con la condena a muerte de Radamés: será enterrado vivo. Amneris, al oírlo, enloquece de dolor y, en medio de terribles imprecaciones, maldice a la casta sacerdotal (A lui vivo la tumba).
Templo de Ptah, en Menfis
Radamés acaba de ser encerrado en la tumba (La fatal pietra sobra me si chiuse). De repente, descubre que no está solo. Aida aparece entre las sombras. Ella le explica que, muerto su padre y suponiendo el final que esperaba a Radamés, ha decidido acompañarlo y morir con él (Presago il core della tua condanna). Este se desespera: no quiere que Aida muera, pero la salida es imposible. En el templo, sobre la cripta, los sacerdotes invocan al dios (Immenso, immenso Fthà), mientras Radamés y Aida se unen en un intenso dúo en el que se despiden del mundo (O terra, addio). Finalmente, Amneris, presa de la más grande desesperación, acude al templo a rogar por la salvación de su amado Radamés (Pace, t’imploro).
“Aida, los primeros pasos”
Un título como Aida, tan mitificado como mal comprendido tanto por aquellos que solo lo ven como un gran escaparate de efectos espectaculares como por aquellos otros que desearían hacer de él poco menos que una ópera de cámara de cuchicheos amorosos, siempre acaba arrastrando algún secreto y a menudo malentendidos más o menos disculpables Uno de los más frecuentes es lo de los orígenes de su nacimiento. Podríamos hablar un poco de ello.
Son aún muchos los que creen que la ópera Aida fue un encargo que recibió Giuseppe Verdi para celebrar la apertura del canal de Suez, y en realidad esto no fue así. Para conmemorar la inauguración de aquella obra monumental, el jedive de Egipto quiso que Verdi, a quien admiraba, compusiese un himno adecuado para la ocasión. El músico, no obstante, declinó el ofrecimiento alegando “el número de mis actividades actuales y mi poca disposición a escribir pièces de circonstance” en una carta dirigida a Paul Draneht, el director de los teatros del país. Sin embargo, sí estuvo presente de algún modo en las celebraciones, ya que en la inauguración del nuevo Teatro de la Ópera de El Cairo, el 1 de noviembre de 1869, estuvo representado su Rigoletto bajo la dirección de Emanuele Muzio. En el concierto inaugural de la fiesta de inauguración, el 17 de noviembre, solo se pudo escuchar el “Hymne a les celebrations d’Ismailia”, compuesto por Temistocle Solera, que organizaba las festividades de aquellos días.
Pero, en la primavera del año 1870, el libretista Camille du Locle entregaba a Verdi la sinopsis de una ópera inspirada en una idea del egiptólogo Auguste Mariette, con quien había conectado el año anterior en El Cairo, y que, aceptada por el músico, fue transformada en un libreto que Verdi hizo que Antonio Ghislanzoni tradujese al italiano y que, con las correcciones del propio compositor, acabaría siendo el de Aida.
Terminada la ópera, se estrenaría en el Teatro de la Ópera de El Cairo el 24 de diciembre de 1871 bajo la dirección de Giovanni Bottesini. Había tardado, pero aún podría entrar, por muy poco, en las celebraciones de la apertura del canal. Más vale tarde que nunca.
Marcel Cervelló
Crítico de ópera